domingo, 13 de junio de 2010

Muerte y destrucción.

El piloto sobrevuela la ciudad desde donde puede tocar las nubes. Una gota de sudor surca su frente con nerviosismo. Tiene una misión y no puede fallar. Su cupiloto lo mira en el preciso momento. Hace una señal con la cabeza, asintiendo. Sus corazones están acelerados y las manos sudorosas. De pronto, pulsa el botón rojo. Y vuelan alto, alejándose de aquel sitio que comenzaba a desintegrarse.



La bomba sacudió hasta el más mínimo resquicio de la ciudad. Sólo se veía humo y fuego. El fugo de la venganza de un pueblo hacia el otro. El humo de la deseperación que habitaba en las pobres gentes que habían sobrevivido a la explosión masiva, pero que intentaban seguir con vida.



Un niño llora, sentado en la calle. Sus padres habían muerto con la bomba. La maldita bomba. Y ahora, el niño no sabía qué hacer. No sabía lo que pasaba a su alrededor. Veía a gente corriendo, gente muriendo, gente sangrando, por cada rincón. Tal vez estaba incluso sordo tras el sonido estremecedor de aquella infernal arma.



Ni la fe podía ayudar a que esas personas tuvieran esperanza. Las iglesias habían sido destruidas. Las casas, los edificios emblemáticos, todo estaba arrasado. Ya nada podía recuperarse de esa situación tan antinatural y catastrófica. Todo lo que se había construido se deshizo como un castillo de naipes, en tan solo un segundo.



Y así fue como termina un episodio histórico. La muerte de tantos millares de personas por un fin que, realmente no tenía sentido. Ninguna guerra tiene sentido. Las muertes, las enfermedades, la misera que generan. Pero eso a los países que se benefician nunca les importa. Las personas tienen tanta sangre fría que ordenan matar a tantos inocentes y tras eso van a jugar al golf, a tomar el té o simplemente a esperar a que ese ataque obtenga sus frutos.



Pero luego está la otra cara. La de los inocentes. Personas que no tienen la culpa de nada, de la guerra, y que tienen como recompensa una cruel muerte. Aún más doloroso es ver a una mujer con su hijo en brazos, o quizás ni fuera su hijo. Tal vez fuera el hijo de otra persona que murió con dicha bomba. O tal vez fuera una madre que había perdido a todos sus hijos excepto a este.
En cualquier caso, NADA justifica la matanza de inocentes por fines políticos o económicos. Las personas tenemos derecho a vivir, no a ser exterminados como si no fueramos nada.

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