sábado, 17 de abril de 2010

Hasta el amanecer.


Un atardecer. Ella corre como nunca. Su melena negra juguetea feliz con el viento. Llega tarde, lo sabe. Pero no puede correr más. Él estará cansado de esperarla. También lo sabe. Su vestido negro se ajusta a su figura, semejándola con una bella modelo ajetreada. Los tacones suenan fuerte por la calle. Una hora. Llega una hora tarde.
En otro lugar, próximo. Un joven con traje mira el reloj. Son más de las 8. Habían quedado a las 7. Va de un lado hacia el otro en la acera. Lleva así media hora. Casi está a punto de marearse. Pero debe esperarla. Ella lo llamó. "Voy a llegar tarde" dijo. Y ahí estaba él. Esperando.
Cruza una esquina. Y lo ve. Y él la mira. Y los dos sonríen. Él debería parecer enfadado. Pero no está. Con ella, nunca. Se acercan. Ella jadea. Llevaba corriendo diez minutos. Él la abraza y le susurra al oído: "Princesa, llevo una hora esperándote". Ella sonríe y respira hondo, contestándole: "No te quejes, yo he estado toda mi vida esperándote a ti".
Y un beso. Apasionado. Dulce. Intenso. Se miran a los ojos, terminándolo. Sonríen. Ya no tienen edad para ir dándose besos por las calles. Pero es un momento especial. Se sienten otra vez como niños.
Van a la casa de él. Había preparado una sorpresa. Cena romántica. Dos velas. Champán. Fresas. Y un sinfín de bombones y flores. Ella sonríe al ver la decoración. Nunca pensó que él pudiera hacer eso por ella.
Una copa de champán. Dos. Tres. Cuatro. Y se besan. Y ríen. Y sueñan con una noche perfecta. Sueñan y actúan. Terminando la velada entre sábanas. Gemidos y mordiscos suaves acompañan sus movimientos. Hasta el amanecer.

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