sábado, 17 de abril de 2010

Sorprendente.


Cuando ella se mira al espejo no se ve como es. Sólo ve algo deforme, algo que realmente no es ella. Siente una sensación de vacío por dentro. Sigue sin apartar la vista del espejo. Y tiembla. Se siente mal. La rodea una extraña sensación de ira. Esa sensación. Esa ira que la mata por dentro. No querría dejar nunca de llorar. Pero por algún motivo, consigue hacerlo. Consigue dejar de llorar. Y aparta la mirada del espejo. Y ya no se ve. Y se imagina. Se imagina como si no fuera deforme. Como si sus ojos estuvieran llenos de vida. Y eso la anima a dejar de esconder una sonrisa. Y eso la empuja a gritar "Hoy será un nuevo día".
Y con ese pensamiento sale de casa. Como todos los días. Dispuesta a comerse el mundo. Porque, hay veces, que por muchos miedos que tengamos, nos apetece reír. Nos dan ganas de comernos el mundo. Aunque no seamos totalmente felices, nos da igual. Porque lo que no debemos hacer es eso, amargarnos. Luchar y seguir adelante. Ser felices. Esas son nuestras metas. Y por ello, la chica deja a un lado lo que siente cuando se mira al espejo. Sale a la realidad y se da cuenta de que no vale la pena arrepentirse, ni quedarse parado, ni siquiera vale la pena llorar. Sólo valen la pena esos pequeños y sorprendentes detalles de cada día. Esos detalles que nos hacen felices por un segundo y que nos ayudan a olvidar nuestra visión frente a ese espejo. Nuestro espejo. Nuestros miedos.

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